Autismo, Filosofía y Bosque.
Reflexiones personales
Autor: Adriana Cantoral.
Vivir con autismo implica cuestionarse constante e internamente ¿Quiénes son los demás y cómo se comportan?, ¿Cómo reaccionan los otros?, ¿Qué implica estar en cercanía con la gente?, ¿Por qué llego a un límite cuando intento interactuar con las personas?, ¿Hay algo malo o defectuoso en mí por esa baja tolerancia hacia la sociabilidad? Y un sinfín de preguntas derivadas de las anteriores que en el fondo nos remiten a la cuestión más antropológica de la existencia humana; el ser y estar en el mundo.
Para los neurodiversos, es difícil e incómodo el acceder a niveles de socialización que exijan un alto grado de interacción, tales como, grupos de personas relajadas y reunidas en un lugar para platicar o divertirse sobre ciertos temas espontáneos. Aquella imprevisibilidad de la situación es aterradora, puesto que no podemos controlar los deseos, ideas, expresiones, bromas, burlas, carcajadas, molestias, contradicciones, ataques y halagos de la gente que nos rodea en ese momento. Nos sentimos extraviados, saturados, paralizados, temerosos, limitados, deshabilitados y vulnerables en un ámbito con demasiada información no procesable. Por ello, algunos hemos optado por estudiar y estudiar el comportamiento humano en el esplendor de sus facetas, para tratar de anticiparnos a escenarios sociales que demandan grandes esfuerzos de nuestra parte.
Asimismo, el lenguaje no verbal y el diálogo de los demás en simultáneo pueden resultarnos abrumadores. Esto se debe a que bastantes de nosotros, contrario a lo que se dice, tenemos hipersensibilidad a los gestos faciales, movimientos corporales, miradas, tonalidades de voz, ademanes, etcétera, y la mínima variación de ellos o que no concuerde con el discurso de las personas nos produce una sensación perturbadora, angustiante y de comprensión contrapuesta. Inclusive, a veces repasamos y acomodamos durante horas lo que diferentes interlocutores nos expresaron a la vez. Es agotador decodificar tantos elementos de la conversación humana. ¡Pero lo conseguimos! Otras veces, quisiéramos con toda el alma, controlar las reacciones y respuestas de los otros para sentirnos tranquilos y predecir lo que va a suceder con ellos, lo cual es imposible.
Aún más, en distintas ocasiones toleramos periodos de mayor interacción social ininterrumpidos, seguidos de necesarios descansos o largos espacios de paz, serenidad, tranquilidad, silencio y reclusión. Curiosamente, el contacto con unos cuantos o de uno a uno puede fascinarnos, ya que nos sentimos seguros y ¡sociables! Los salones de clases, los clubes deportivos, las juntas laborales, los recreos o el hablar en público ante auditorios son verdaderos retos sobrehumanos. Sin embargo, con apoyo terapéutico y de personas allegadas nos es posible lograrlos de manera más fácil. Nosotros no presumimos de tener miles de “amigos”, pero reconocemos quienes son empáticos. Nuestro concepto de amistad está adaptado hacia una alteridad con la cual podemos ser libres y aceptados sin ser juzgados. Algunos hablamos fluidamente, otros no, no obstante, nos comunicamos con el exterior.
En cuanto a lo empírico, podemos tener un sentido más desarrollado que otros; oímos más que el resto o vemos mejor que la mayoría u olemos y sentimos con más intensidad. Por ejemplo, nuestra visión nocturna es más aguda o suelen molestarnos los ladridos fuertes de los perros, así como sus acercamientos descuidados. Respecto de las facultades intelectuales, algunos poseemos una memoria y capacidad de observación privilegiadas que si no se explotan en la infancia decrecen lentamente con la edad. Estas habilidades me permiten identificar con precisión a cualquier rostro que he visto con cierto detenimiento en mi vida. Otros neurodiversos son excelentes pensadores abstractos o visuales y así un sinfín de posibilidades Por otro lado, nos obsesionamos con diversos temas de interés, que en unos son más marcados que en otros. En mi caso, me apasionan; el arte, la historia, la antropología, la psicología, la arqueología y el senderismo.
Mi condición de vida ha sido más o menos disimulada, salvo cuando he estado expuesta a grupos de toda índole y circunstancias. Me sentí incomprendida durante años, creía que tenía fobia social desde los 16. No obstante, a los 30 supe la verdad. Soy Asperger. También me ruborizaba, y me sigue sucediendo con facilidad, al sentirme exhibida ante los demás… me llenaba de ansiedad a la hora de hablar o contestar el más mínimo detalle y quizás la siga sintiendo ante varias personas, la diferencia es que ahora confío en mi neurodiversidad y en las aptitudes de ésta. Creo que el bosque denso y nublado es lo más parecido a la estética y la esencia del autismo, debido a la abundancia de sus colores verdes claros y oscuros y a la riqueza de sus relieves. Del mismo modo, la percepción de los árboles inmensos, las barrancas, los arroyos, las texturas de las hojas y las plantas, los juegos de luces por entre los troncos y las ramas, los sonidos de la hierba, la tierra y la humedad del ambiente nos remiten a una especial soledad.